El sábado 23 de abril estuvimos charlando sobre esto en el Encuentro Anual de Voluntariado que tuvo lugar en Cercedilla. Esta entrada pretende ser un resumen de lo que allí hablamos.

Como sabéis, el ecofeminismo forma parte de los principios de Greenpeace España y por tanto forma parte de nuestro discurso y de nuestras formas de hacer. Pero esto, ¿en qué se traduce? En realidad, se traduce en multitud de cosas pero aquí me voy a centrar en las que tienen que ver con el funcionamiento grupal para que nuestra práctica voluntaria sea más plena y llegue a sus objetivos. 

 

Unas pinceladas sobre ecofeminismo:

Hoy en día hablamos más de ecofeminismos, recogiendo toda la diversidad de activismos que se sitúan bajo esta mirada, más que de un único ecofeminismo porque existen diferentes reflexiones y corrientes que vertebran estos activismos. En todo caso, todos comparten la crítica al mal desarrollo y a los procesos de neocolonización, la pérdida en la fé en la tecnología, la crítica al desarrollo armamentístico o al paradigma neoliberal, entre otras reflexiones. 

El ecofeminismo da cuenta de manera magistral del conflicto capital-vida. Como explica la economista feminista Amaia Pérez Orozco, las estructuras socioeconómicas ponen la vida al servicio del capital y por tanto son una amenaza permanente para ella. Por ello los ecofeminismos proponen un cambio de paradigma, sacar la acumulación de poder y capital del centro y colocar en su lugar el sostenimiento de la vida y el bienestar de todas y todos, que al final viene a ser de lo que se trata, ¿no? Solo con este cambio de prioridad seremos capaces de construir y transitar hacia una cultura de la libertad, la igualdad, la sostenibilidad y la paz. 

El ecofeminismo nos ofrece otra forma de mirar la realidad e intervenir en ella y puede trabajarse a diferentes escalas, también dentro de los grupos de voluntariado, o de cualquier grupo. Revisar las lógicas patriarcales que atraviesan nuestro hacer y nuestro decir es en sí mismo transformador porque es lo que nos permite ir saliendo de la lógica biocida que está instaurada. Bajo lógicas patriarcales no es posible construir justicia y por tanto no es posible la lucha ecologista. Y no es posible porque la lógica patriarcal está construida bajo la asunción de que unas personas, unos territorios, unos trabajos o unas formas de estar en el mundo son más valiosas que otras, son las mejores y por tanto son las deseables, quedando el resto invisibilizadas, ridiculizadas o esquilmadas. 

Esta lógica se nos cuela sin darnos cuenta en los grupos, al fin y al cabo todas y todos somos hijas del patriarcado. Necesitamos repensarnos y deconstruirnos individual y colectivamente para construir ese nuevo paradigma, y vamos a necesitar buenas dosis de pedagogía, paciencia y cultivar la inteligencia colectiva.

Os propongo, si no estuvisteis en el encuentro que hagáis el ejercicio colectivo de preguntaros qué hace que algo sea ecofeminista con estas premisas. Quizás os deis cuenta, si no lo habéis hecho ya, de que sois un poco ecofeministas y no os habíais dado cuenta o de que cómo nos tratamos es igual de importante que frenar el cambio climático porque forman parte de lo mismo. Llámalo x, pero ponte manos a la obra para construir grupos en los que nuestro quehacer ayude a construir otro estar en el mundo.

 

En el interior de los grupos de voluntariado:

Os propongo un listado de cosas que podemos empezar a preguntarnos o a hacer para no reproducir lógicas patriarcales, dañinas, tóxicas, en vuestros grupos:

  1. Cuestionarnos cómo funciona nuestro grupo, qué actitudes hay y qué perpetúan esas actitudes.
  1. Reconocer que es necesario cuidarnos, que hay cosas que nos cuidan (sostienen al grupo y a las personas que lo componen) y que llevarlas a cabo debe de ser una tarea o una responsabilidad colectiva. Tras la reflexión del punto 1 quizás os deis cuenta de que esta responsabilidad no está puesta en el grupo sino solo en determinadas personas o que directamente no se tiene en cuenta, a veces incluso se minusvalora verbalmente. 
  1. Cuestionar los privilegios que tenemos como grupo y como personas. Esto nos permite abordar cuestiones que tienen que ver con el género, con la clase social, con las discapacidades, etc. Este ejercicio nos sitúa en un lugar desde donde es más fácil entender al otro y las cosas que nos pasan. 
  1. Entender que a veces, más de las que nos gustaría, ejercemos violencia (entendida como un mal uso del poder) y que hay que tener pensado de forma colectiva qué vamos a hacer con esto, cómo las vamos a prevenir y cómo vamos a actuar cuando aparecen en sus diferentes niveles. Quizás podamos hacer el ejercicio colectivo de qué significa o debería significar cuidarnos (no abusar del uso de la palabra, no chantajear, valorar todas las tareas, asumir los acuerdos…) y hacer el listado de las actitudes que no queremos tolerar y por qué.
  1. Corresponsabilizarnos, en palabras de Carol Gilligan, ver los cuidados como una relación social y no como una predisposición individual. Esto puede traducirse en ver cómo apoyar y cuidar a quien lo necesita y cómo hacerlo junto a quienes tienen actitudes que no queremos tolerar para ver si es posible transformar y cambiar (y cuando no sea posible saber qué hacer con ello). Aquí puede ser interesante funcionar bajo la premisa de intentar buscar soluciones en las que todas ganamos y basadas en la resolución no violenta de los conflictos.